Ella notaba cómo los ojos se le llenaban de lágrimas cada vez que le decía algo profundamente sincero. ¿Por qué? Quizás simplemente porque estaba expresando su propio deseo, o quizás porque la sinceridad con respecto a temas tan inmutables le hacía pensar en lo opuesto: la fugacidad de lo humano. Nada duraría para siempre, ni siquiera la vida de un hombre amado que ya se acercaba al final de sus setentas, aunque se cuidara tanto como él, que intentaba mantenerse perfecto, en parte por vanidad, en parte por consideración hacia ella,