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Paul Auster

El Libro De Las Ilusiones

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David Zimmer, un escritor y profesor de literatura de Vermont, ya no es ni la sombra de sí mismo. Se pasa los días bebiendo y cavilando sobre el último instante en que su vida aún podría haber cambiado, el minuto aquel en que su mujer y sus hijos todavía no habían subido al avión que estalló. Hasta que una noche, mirando casi sin ver la televisión, y por primera vez tras seis meses de deambular en el vacío, algo lo hace reír. El causante del ínfimo milagro es Hector Mann, uno de los últimos cómicos del cine mudo. Y David Zimmer descubre que aún no ha tocado fondo, que todavía quiere vivir. Comenzará entonces su investigación para escribir un libro sobre Mann, un joven, brillante, enigmático cómico nacido en Argentina, una de cuyas últimas películas, Don Nadie, cuenta la historia de un hombre a quien un pérfido amigo convence de que beba una poción que lo hace desaparecer. Y anticipa la propia historia del actor, que hace sesenta años se desvaneció sin que jamás se supiera nada más de él, ni apareciera su cadáver. Zimmer consigue acabar su libro y lo publica, y tres meses después recibe una carta de una mujer que afirma ser la esposa de Hector Mann, y lo invita a que vaya a verlos a ella y a su marido a Tierra del Sueño, en Nuevo México. Zimmer le pide pruebas, piensa que puede ser una impostora, o una chiflada. Hasta que una noche, una extraña joven llama a  su puerta y, amenazándolo con una pistola, lo obliga a acompañarla…
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Citati

  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 месеци
    El siete de enero de 1986 me tragué otras cuantas pastillas mágicas del doctor Singh y cogí un avión de San Francisco a Londres en vuelo directo: nueve mil kilómetros sin escala en el Catatonia Express. Esta vez era necesario aumentar la dosis, pero temiendo que no fuese suficiente, justo antes de subir al avión me tomé otra pastilla más. Debería haberme guardado mucho de no seguir las instrucciones del médico, pero la idea de despertarme en pleno vuelo me aterrorizaba tanto que a punto estuve de caer en el sueño eterno.
    En mi pasaporte viejo hay un sello que prueba que entré en Gran Bretaña el ocho de enero, pero no recuerdo nada del aterrizaje, de pasar por aduana ni de cómo llegué al hotel. Me desperté en una cama extraña el nueve de enero por la mañana, y ahí fue cuando mi vida empezó de nuevo. Nunca había perdido tan completamente la noción de mí mismo.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 месеци
    Aquí tiene, me dijo, arrancando la hoja y tendiéndomela. Su billete para Air Xanax.
    Nunca he oído hablar de Xanax.
    Es una droga eficaz, pero muy peligrosa. Siga las instrucciones de uso, señor Zimmer, y se convertirá en un zombi, en un ser sin personalidad, en un pedazo de carne sin conciencia. Podrá volar a través de continentes y océanos enteros y le garantizo que ni siquiera se enterará de que ya no sigue en tierra
  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 месеци
    Pero ¿por qué en los aviones? ¿Por qué no tiene miedo de perder el dominio de sí mismo en tierra firme?
    Porque los aviones son seguros. Todo el mundo lo sabe. Los aviones son seguros, rápidos y eficaces, y una vez que estás en el aire, no puede pasarte nada. Por eso tengo miedo. No porque crea que me voy a matar..., sino porque tengo la seguridad de que no me voy a matar.
    ¿Ha intentado suicidarse alguna vez, señor Zimmer?
    No.
    ¿Lo ha pensado alguna vez?
    Claro que lo he pensado. Si no, no sería humano.
    ¿A eso es a lo que ha venido? ¿Para marcharse de aquí con la receta de una droga agradable y eficaz que le permita suicidarse después?
    Lo que busco es la inconsciencia, doctor, no la muerte. Las pastillas me harán dormir, y mientras esté inconsciente no tendré que pensar en lo que estoy haciendo. Estaré y al mismo tiempo no estaré allí, y en la medida en que no esté allí, estaré protegido.
    ¿Protegido de qué?
    De mí mismo. Del horror de saber que no va a pasarme nada.
    Espera usted un vuelo tranquilo, sin incidentes. Sigo sin ver por qué tiene miedo.
    Porque lo tengo todo a mi favor. Voy a despegar y aterrizar sano y salvo, y una vez que llegue a mi destino bajaré del avión vivito y coleando. Mejor para mí, dice usted, pero con eso no haría sino escupir en todas mis convicciones. Insulto a los muertos, doctor. Reduzco una tragedia a una simple cuestión de mala suerte. ¿Me entiende ahora? Le digo a los muertos que han muerto para nada.
    Lo comprendió. No lo dije con esas mismas palabras, pero aquel médico era de una inteligencia sutil y refinada, y pudo imaginarse lo demás sin que se lo explicara todo

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