Días de luz larga

ciudades para cruzar en bicicleta
barrios para ir sola sin sentirme más sola
museos en los que se enciende alguna cosa
bares con gente que quiere bailar —aunque no sepan—
tienditas con bombas de azúcar y otras delicias
mercados donde ir con la panza muy dispuesta
puentes para cruzar cuando quieres morirte
pedazos de mar que separan
callejones para darse de besos
portones para escondernos del vacío.
Yo tengo nomás una lista
que crece
de sitios inútiles y personales.
Eso de hacer turismo,
nunca lo entendí.

Quizá nunca voy a ‘conocer el mundo’
pero tengo
un montón de lugares marcados:
cafés para sentarse a llorar
parques donde tirarse en la resaca
calles en que se come rico por la noche
esquinas en las que me dio mucho frío
edificios para mirar desde lejos
restaurantes para platicar de cosas serias
restaurantes para comer, aun sin plática
placitas para lamer un helado
playas muy rocosas donde desnudarse sin ser vista
muelles para ver olas grandes en días de tempestad
pueblos con mujeres que cocinan por la mañana

pero
siempre
la selva reverdece y la piedra hace historia.

qué fácil decir arena
y descalzar los pies
hundir las manos
andar la orilla de nuestros días.

Así que fui
—a Ikea—
y compré
un juego de sábanas sin historia
una almohada sin dudas
una taza sin labios
una copa: una.

el montón de viajes sin tu sombra.

como extraño las conchas en el desayuno

Las calles son ajenas
porque ningún país
es patria
para llorar.

Hablo en tres idiomas
para decir jeg savner deg
como extraño las conchas en el desayuno

No sé si lo sabía:
yo quería hogar
una casa con piso en el piso
tierra firme donde plantarnos