Otra

Con la bebida yo seguí anulándome a riesgo de que se cumpliera el presagio de nunca llegarás a nada; sucumbí rumbo a una extinción tan temprana como la de numerosas poetas y artistas del hambre que ya pasaron por esta brevedad también llamada soplo, este hola y adiós, qué te voy a contar que no se pueda consultar en las enciclopedias analógicas y en la red. Hay todo un planeta habitado por las almas y leyendas no necesariamente románticas que abusaron del alcohol y las drogas.

La vida es lucha, atención; esta alarma y aquella alerta; este plan y aquella estrategia; este deseo y aquel ímpetu de acometerlo ahora mismo. La vida no es sólo pasar los días sin más y a solas, aunque una cierta soledad deseada siempre es buena. Las estrellas titilan en lo alto aunque no siempre las veamos. Vivir es equivocarse todo el rato. No sólo pasar el tiempo de la mejor manera inocua, sin hacer nada en brazos de la apatía, desapareciendo en nuestras insignificancias.

A ratos desearía escribir con una fluidez que yo misma coarto.

Ahora es mío el control de si quiero o no diluirme, disiparme por completo gracias a los licores de cuarenta y cinco grados o apenas procurarme unos mililitros para alcanzar el punto justo de ebullición a partir del cual se amortiguan y casi olvidan los embates de esta época, presente basura en el que, lo reconozco, dispongo de buenas condiciones materiales. Leo, escribo y hablo desde unos privilegios que por fin he aprendido a no infravalorar.

Quisiera ponerte en el centro de esta página y en el centro de una vida que hubiera correspondido a tus deseos propios, no de tutores y jueces que firmaron documentos oficiales cuyo sujeto a marginar eras tú. Papeles, el poder perpetuador de los papeles. Se pusieron por encima de ti. Se te echaron encima. Detuvieron tu viaje. Todas las vidas deberían ser iguales. A cada una su viaje, no importa si directo o con bifurcaciones y vericuetos. Interrupciones. Etapas. Avatares. Hay muchas vidas dentro de una vida. Hay etapas de reparaciones y reajustes. No se puede escribir sin rencor ni prejuicios. Estoy llena de miedos

Pienso en la palabra familia como agrupación de personas sometidas a una autoridad que les da de comer y trastoca los sueños convirtiéndolos en pesadillas. Famulus, fam, hambre; algo así.

Al mismo tiempo conviene seguir adelante con los proyectos, apuntar objetivos personales, retos de yoga, gimnasia, pilates, para no sucumbir física ni mentalmente.

Se dice veámoslo por el lado bueno, aprovechemos para reducir la marcha, ralentizar el ritmo, culpabilizar a las prisas, difundir cierta tranquilidad algo desesperada; se aconseja aprovechar para cuidarnos, modificar hábitos, disponer de más minutos para armar listas de deseos; ahora es el momento de ordenar armarios y cajones con girones de tiempo resecado, adquirir conciencia colectiva, gestionar incertidumbres, elaborar galletas y bizcochos, aplaudir a quienes afrontan la crisis sanitaria desde las zonas cero, jugar a las cartas aún no robadas, divinizar a dependientes y cajeres de supermercados, gracias por vuestros servicios higienizantes de primera necesidad.

Durante el confinamiento, ¿qué hacer? Días de paisajes asfaltados en los que sólo el viento, la luz, la arboleda que hubo y la fauna imaginada. Ni una figura humana, ni un vehículo circulando en la inquietante visión de los ojos que, en su creer y no creer lo que viven y respiran, de nuevo se detienen frente a la ventana.

Recibí el abecedario de la mano de una maestra idealizada. Toma las letras de una vez y para siempre. No te abandonarán.