Cuando en el precioso artículo «My Appetites» leo al crítico de arte Jerry Saltz hablar de sus extraños hábitos cafeteros y alimentarios, frutos de un trauma infantil y ejemplificantes de su total dedicación a su oficio, pienso de nuevo en ese vínculo perversamente estadounidense entre la salvación y la delgadez, en cómo promueve una visión muy individualizada y no comunitaria de la comida.