Según venga el juego

Una cosa en mi defensa, aunque no importa: yo sé algo que Carter nunca ha sabido, ni Helene, ni tal vez tú. Sé lo que significa «nada», y sigo jugando.
Por qué, diría BZ.
Por qué no, digo yo.

A la mierda, le dije a Helene. A la mierda, les dije a todos, cirujana radical de mi propia vida. No discutir jamás. Cortar. En ese sentido me parezco al único hombre en el condado de Los Ángeles que hace un trabajo limpio.

—¿Alguna vez has tomado una decisión? —dijo la mujer de pronto, dejando la escoba contra la cerca.
—Sobre qué.
—Yo tomé mi decisión en el sesenta y uno en una reunión en Barstow y desde entonces no he vuelto a derramar una lágrima.
—No —dijo Maria—. Yo nunca lo he hecho.

—Dime si hace demasiado frío —pidió el médico. El doctor era alto y ojeroso y llevaba un delantal de goma—. Dímelo ahora porque en cuanto empiece no podré tocar el aire acondicionado.
Ella dijo que no hacía demasiado frío.
—No, hace frío. No pesas suficiente, hace demasiado frío.

En los últimos minutos el hombre había alterado significativamente su percepción de la realidad: ahora entendía que no era una mujer camino de abortar. Era una mujer aparcando un Corvette frente a una casa adosada mientras el hombre de los pantalones blancos hablaba de comprar un Camaro. Nada más.

No lograba recordar qué habría hecho para conseguirlo de ninguno de ellos.

A Maria se le ocurrió pensar que cualquier pacto que se firmara siempre funcionaba peor para las mujeres.

—No llores —dijo Carter—. Sé que te afecta, hacemos cuanto podemos, te he dicho que no llores.
—No estoy llorando —dijo ella, y no lloraba.

siempre tenía un montón de planes, yo jamás en la vida he tenido ninguno, nada de ello tiene sentido, nada cuadra.

Malinterpretarán los hechos, inventarán conexiones, extrapolarán razones de donde no las hay, pero ya te lo he dicho, es a lo que se dedican.