Zona de obras

dar consejos es oficio de soberbios. Entonces, cuando me preguntan, digo: no, ninguno, nada.

La forma en que la gente da órdenes, pregunta un precio, llena un carro de supermercado, atiende el teléfono, elige su ropa, conduce, hace su trabajo y dispone las cosas en su casa dice, de la gente, mucho más de lo que la gente está dispuesta a decir de sí

porque solo permaneciendo se conoce, y solo conociendo se comprende, y solo comprendiendo se empieza a ver

Y si las palabras que escribimos están tremendamente vivas quizás no hagan que el mundo sea un lugar mejor, quizás no hagan que las cosas cambien, pero alguna vez alzarán su mirada terrible y mirarán a un lector a los ojos y le dirán lo que tengan que decir. No podemos saber qué hará el lector con eso. Pero escribir es, también, habitar ese riesgo.»

Como decía, la felicidad de escribir –de haber escrito– se desvanece rápido.

Una crónica de viajes es, también, una provocación: ¿podrías haber hecho lo que hice, ver lo que vi, volver para contarlo?

el cronista enfrentado al espacio –desmesurado– y al tiempo –finito– de su viaje, viviendo en una patria en la que, a cada paso, debe tomar la única decisión que importa: qué mirar.

para qué contamos lo que contamos, para qué miramos lo que miramos, para qué decimos lo que decimos. ¿Para denunciar, para señalar, para decir señores, creemos en estas cosas, para ser chistosos, para que nos antologicen, para ganarnos el pan de cada día, para viajar, para demostrar que pudimos, para decir miren, soy valiente, soy intrépido, soy cronista, soy actual, soy latinoamericano?

Crash, un libro de J. G. Ballard

había estado haciendo un saqueo cabal de todo eso, preparándome, sin saberlo, para cuando llegara la ocasión. Me había educado devorando hasta los huesos suplementos culturales, cabalgando de entusiasmo entre páginas que me hablaban de rock, de mitología, de historia, de escritores suicidas, de poetas angustiadas, de la vida como nadador de Lord Byron, de los amish, de los swingers.