Descubrí que estaba muerto

Sabía que tarde o temprano debería tomar el camino de regreso a mi vida. Sin embargo, investigaba cuál sería el punto de no retorno: ¿cuántos días, cuántos meses hasta que mi ausencia se volviera incontrolable?

Y, en fin, quiero decir que la literatura muere un poco cada vez que alguien levanta la voz para defenderla en uno de esos escenarios construidos para que todavía crean en su existencia. Dejarla morir me parecería una buena idea para salvarla de sí misma.

Y citaba a Antonio Candido: “Así como no es posible que haya un equilibrio psíquico sin los sueños durante el sueño, tal vez no haya equilibrio social sin la literatura. De este modo, ella es un factor indispensable de humanización y, siendo así, confirma al hombre en su humanidad”, lo que entonces ya me parecían ideas bastantes ingenuas, por no decir por completo exageradas y absurdas, incluso porque no hay evidencia o estudio relevante que confíe cualquiera de esos efectos mágicos a la lectura de un libro.

Ésta es una historia para que la use un escritor. Y preguntaban:
—¿Cómo te sientes? O:
—¿Cómo te sientes ahora que te sacaron el nombre, tu filiación y tus números de documento para morir? ¿Qué queda?
Y, con más frecuencia:
—¿Estás bien?
Lo que me faltaba era algo que estaba más allá de las palabras. Si en mis planes de fuga y destierro yo siempre había querido ser otro en otro lugar, ahora había conquistado una prueba material de aquella enajenación: un cadáver con mi nombre

Los Anselmo tenían razón: yo era una máquina de quemar puentes que se empobrecía sistemáticamente

Soy una persona de razonamiento lento, lo que me lleva a tener la costumbre de mentirme a mí mismo. Sólo mucho después entendí lo que me hacía querer postergar la historia: tenía miedo.
No de morir, sino de que hubiera destinos peores.

o lo llamaba Guardián de la Fortaleza. Y él me llamaba Chofer del Zeitgeist:

Ella prometió invocar al demonio enano de pies invertidos para que matara al ladrón y me puso a dormir.

Pisos abajo, todos nosotros esperábamos algunas migajas, pegándonos al dorso de esos tiburones como rémoras hambrientas, unidos por un enorme y aparentemente incondicional talento para la esperanza

Dentro del círculo que ansiábamos frecuentar, el mundo era algo semejante a eso: un bar de hotel, un local de Wallpaper, un ensayo de moda de Monocle con la banda sonora de una playlist de Pitchfork.