estaba apoyada sobre la baranda del puente. Sus ojos color avellana se oscurecieron, sus labios, aún aniñados, se entreabrieron para decir algo sobre los sueños y esperanzas que estremecían su alma.
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Gilbert, de pronto, posó su mano sobre la mano delgada y pálida que
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Diana no sabía lo que Anne pensaba de Gilbert Blythe. Seguramente, ni ella misma lo sabía.