Fotografía erótica

“El erotismo radica en la posibilidad de un movimiento. Pertenece al reino del sueño”.

— Jean-François Somain

Estudio no 1151
Hacia 1920
Anónimo
Photo-Albert, Argelia
Tarjeta postal, 14 x 9 cm

se de la situación, usa estas mujeres para inmortalizar en las planchas fotográficas sus más obscenas fantasías.

Sin título

Hacia 1930

Ediciones Ostra (?)

Tarjeta postal con reverso en blanco

La colonización de los territorios vírgenes fascinaba al atestado mundo occidental. Estos mundos habían sido revelados principalmente gracias a la fotografía, que llevaba lo exótico hasta los salones de esta gente. La inmensidad de los territorios salvajes sufrió poco por la distorsión, pero se empobreció, reducida a un mundo monocromático de dos dimensiones. No sucedió lo mismo con las reproducciones de naturaleza etnográfica. Los nativos de las cuatro esquinas del mundo fueron tratados como infames primitivos.

Con la fotografía, el cuerpo se convierte en el reflejo de la realidad y ya no puede ser tocado. Cada imagen congela un momento de verdad, y, algunas veces, es mejor no conocer la verdad.

Ya se trate de pintura, escultura, grabado o litografía, todas las formas de arte han estado al servicio del erotismo desde un comienzo. La fotografía no es una excepción a esta regla. Los primeros procesos fotográficos, los daguerrotipos, se enriquecieron desde su nacimiento por los desnudos, ofreciendo una imaginería que evocaba la pintura de la época, aunque de manera más realista, pero al mismo tiempo más cruda.

Usualmente eran representados desnudos bajo un sol deslumbrante, o en reconstrucciones de estudio bajo el pretexto de dudosos estudios morfológicos, y fueron usados como ejemplos para análisis xenófobos y racistas. Esta justificación del voyerismo bajo la forma del estudio de las diversas poblaciones del mundo se consideraba correcta para finales del siglo diecinueve, cuando el conocimiento de las formas femeninas se restringía generalmente a las esposas y las prostitutas.

Louis-Désiré Blanquart-Evrard presentó el papel albuminado a la Academia de Ciencias en 1850, y fue un gran éxito hasta finales del siglo XIX. El procedimiento parecía sencillo. El papel simplemente se cubría con una capa de clara de huevo, de donde tomó el nombre. La imagen obtenida mostraba un contraste, una definición y un brillo de una calidad superior a la que se había obtenido hasta ese momento

El papel que se usaba cambió gracias a distintos descubrimientos. Primero estaba el papel salado, que era un papel empapado en una solución de cloruro de sodio, una solución al cinco por ciento de sal de cocina a la que se le agregaba almidón o gelatina.

Sólo hasta 1853, sin embargo, se llevó a cabo un verdadero progreso, cuando el inglés Frederick Scott Archer inventó el negativo sobre vidrio, que permitía la reproducción sobre papel en cantidades ilimitadas.