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Julia C. Dao

El bosque de los mil farolillos

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    «Eres tu belleza; es lo único que tienes —le había dicho Guma una vez—. Es tu única arma.»
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    —Nunca te olvidaré.
    Las lágrimas seguían resbalándole por la cara, con aquel gesto inflexible.
    —Pero tampoco me escogerás. He sido un idiota al dedicar mi corazón a algo que no podré tener. Te lo hubiera dado todo; hubiera hecho cualquier cosa si me hubieras amado. —Ella seguía con las manos en su rostro. Wei puso las suyas encima—. Llevamos demasiado tiempo jugando a esto. Deja que termine. —Él le apartó las manos y se fue; su aliento flotó en el aire como un fantasma de niebla.
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    Pero en parte también se aferraba al recuerdo de su amor, de saber que él había sido su única estrella en un cielo oscuro. Y si esa luz se apagaba… ya no le quedaría nada de la persona que había sido.
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    —Si mi belleza es mi mayor arma, la vanidad es el escudo que me protege.
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    —Lo suficiente para que me nombrara sucesor antes de su muerte, tanto en título como en matrimonio con su esposa. Pero no habría llegado tan alto si no hubiera creído en mí mismo. Sabía que era digno y merecedor, a pesar de mi sangre inferior. —La miró intensamente a los ojos—. Sentía en los huesos que estaba predestinado a gobernar este reino. Estaba destinado a tener tres hijastros, ninguno de los cuales quiere la corona, ni siquiera el heredero. ¿Crees en el destino?
    —Guía mi vida —respondió ella con sinceridad—. Creo que nuestras vidas ya están decididas y que nuestro objetivo es tomar las decisiones que nos lleven a ese destino.
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    —Mi diosa de las sombras. Mi reina oscura. La más bella de todas —dijo él—. Guma solo era un medio para alcanzar un fin. El premio eres tú.
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    —En este mundo, la vida es difícil si naces mujer —murmuró la concubina—. Has entrado en un juego que no puedes ganar. Los hombres hacen las leyes: a nosotras nos toca que nos usen y agarrar las sobras de lo que dejan atrás. ¿Piensas que mi padre me entregó al emperador porque me quería? ¿Le importó arrancarme de los brazos de mi madre? Me echó a este pozo de escorpiones para que me picaran y se olvidaran.
    Soltó la mano de Xifeng y buscó un paño para limpiarse el barro. Poco a poco, su piel cremosa emergió como una perla sacada de la tierra.
    —Pero tengo esto. —Se tocó la cara—. Así es como una mujer participa en este juego. Vuelve a los hombres débiles y hace que se olviden de que ellos establecen las reglas. Así pasamos a ser las jugadoras y ellos se convierten en peones.
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    —¿Qué te hace pensar que, aunque no quiera acostarme contigo, no pueda querer algo más?
    Con ese sentido del humor seco y extraño, le costaba mucho decidir si eso había sido una broma o no.
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    —La belleza está muy bien, pero solo es el brillo de la espada. Es la mente la que afila la hoja del cuchillo; sin eso, bueno, solo tendríamos un trozo de metal bonito, pero no un arma.
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    l futuro todavía se puede cambiar. Piénsalo bien antes de descartar una certeza por una posibilidad. —Shiro se dio la vuelta y caminó tras Hideki.
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