Victor Hugo aproxima el término a la categoría de lo feo, que contrariamente a la unidad que conlleva lo bello, ofrece una paleta de miles de variantes, si bien con ello el concepto se arriesga a una laxitud e indeterminación excesiva, hasta el punto de que cuando Hugo hace un seguimiento de «la irrupción y el desarrollo de lo grotesco» en el arte, la poesía y las costumbres desde la antigüedad, se nos antoja a veces imposible encontrar una delimitación11