Hubo un momento al inicio de los ochenta en el que la música se democratizó todavía más. Hasta esos días, uno oía las canciones en su casa, con tocadiscos o reproductores de cintas, y también en el coche, donde se instalaron tocadiscos, casetes o cartuchos. Entonces apareció el walkman, un pequeño reproductor de casetes que se oía mediante cascos o auriculares en los oídos. Su nombre lo decía todo: hombre que anda. Todo el mundo ya podía oír música en cualquier parte, caminando, haciendo footing, en un avión o de noche en casa, sin molestar a nadie. El walkman arrolló de tal forma que incluso hubo grupos (Bow Wow Wow o B.E.F.) que editaron sus discos solo en casete, para que pudieran escucharse exclusivamente con aquel.