—Hyacinth —dijo él—. Hyacinth.
Ella asintió, o al menos le pareció que asentía.
Él le apretó la mano y se incorporó.
—Nunca me imaginé que tendría que decirte esto, a ti, pero ¡por el amor de Dios, mujer!, ¡di algo!
—Sí —dijo ella, arrojándose en sus brazos—. ¡Sí!