Después de sufrir una depresión que me había acompañado desde la infancia, recuperarme significó para mí empezar de nuevo como ser humano. Tuve que «enamorarme» de mis amigos de forma activa, pasando del afecto distante a la verdadera adoración, y elaborar un concepto de mí misma que no se basara en la supervivencia y la impasibilidad. No fue un proceso fácil, ni estuvo (o está) exento de recaídas psicológicas ocasionales. Pero despertar a aquella realidad verde, intensa, y sentirme de pronto viva y llena de sentido y vigor fue una especie de revelación. La fiereza de aquel deseo de seguir viva en un mundo lleno de vida me sorprendió entonces, y sigue sorprendiéndome.