El Majestic es un hotel de dos mundos, el de abajo y el de arriba no se juntan, no se quieren. Arriba puede cantar María Conesa y cenar un ministro; abajo, en las horas de mayor ajetreo del billar, pueden estar reunidos media docena de los maleantes hispanos con más deudas de sangre que tiene la Ciudad de México; una ciudad que por cierto debe bastante más sangre de la que podría pagar con una larga vida.