Historias eróticas para viudas del Punyab

Ahora estoy atado a este sitio. Al principio era genial y hasta me gustaba hacer lo mismo que mi padre, pero en cuanto dejó de ser una novedad se convirtió en un simple trabajo.

Los inicios siempre resultaban emocionantes, sobre todo si eran tan intensos, pero enseguida tendían a desinflarse

—Menos mal que aún queda gente a la que le gusta repetir las películas. Son los que mantienen la industria viva.

Lo había conseguido, al menos en parte: ya no revivía a todas horas trozos enteros de la conversación, pero algunas imágenes se materializaban en su mente sin previo aviso.

De pronto, recordó las duras palabras del grupo de ancianas del langar. «Una mujer sin honor». Maya sabía que la comunidad la tacharía de inmoral y no vio ninguna razón de peso para seguir viviendo.

—Nadie les pidió que opinaran, solo que aceptaran nuestra decisión y se adaptaran lo mejor que pudieran. Es lo que hice yo cuando me casé. Cuando les tocó a ellas, sabían perfectamente cuál era su obligación.

—De verdad, no creo que los libros sean una mala influencia.

—Las historias no corrompen a la gente —replicó Nikki—. Le dan la oportunidad de experimentar cosas nuevas.

Te di toda la felicidad que yo no pude tener. Tú querías a tu marido, estabas encantada con tu matrimonio. Me alegro por ti, pero yo «sobreviví» al mío.

En cambio, si el problema era con tu marido, ¿quién te iba ayudar a dejarle? Nadie quería meterse en los asuntos privados de los demás.