Llegada la hora

Hoy que pienso en su olor a ropa recién lavada y leche tibia quisiera encontrar los ingredientes para poder hacer de esa combinación algo comestible, una salsa quizás. Sería como comerme un recuerdo.

Cocinero, en palabras menos excéntricas, es quien guisa y condimenta por oficio y profesión, y en eso me convertí.

Sentía por dentro arañazos, mordidas y chingadazos, cómo yo jugaba con sus órganos, tocándolos, pellizcándolos. Se sacudía sobre su cama, húmeda no sólo por las goteras sino por la fuente que ya se había roto y la sanguaza que brotaba de su vagina.

Dejé de tenerle miedo al Cristo sangrante con la corona de espinas hiriéndole la frente, las costillas asomándose por un costado entre la carne abierta o a los santos con la boca y los ojos suplicantes que miran hacia el cielo en busca de perdón.

muerte es la materia de la vida, el sabor picante de la salsa de los tacos, la risa de la pelona, la burla a los soberbios y pomposos, la trompetilla al final del homo sapiens.

El insomnio es el ruido que hacen en tu mente todas aquellas palabras que no alcanzas a decir. O bien, las acciones que no llegas a hacer

Lo malvado y lo benévolo viven en una constante lucha.
–¿Alguno de los dos vence? –quise saber.
–El que alimentas

Morir, al fin y al cabo, es despojarse de todo, hasta del nombre y apellido, te llames como te llames.

La gula no es sólo comer cuando ya estás satisfecho o saciar por saciar.
Es ir a una heladería y probar todos los sabores, aunque no te gusten.

Es cogerte a alguien nada más porque sí.

Es comer sin que te suenen las tripas por hambre.

Es seguir bebiendo después de vomitar de borracho.
Es matar por el gusto de matar

El ayuno y comer hasta el hartazgo no son prácticas tan distintas. En ambos hay castigo y, quizás, arrepentimiento