Se besan un rato. Naima piensa, como tantas otras veces, que el beso no está mal, que provoca un cosquilleo que le baja hasta el vientre, pero que podría hacer cosas tan mundanas como hacer la lista de la compra, o enumerar las provincias mientras el joven le muerde los labios y le acaricia, primero el cuello, luego la clavícula. Podría, piensa, y por un instante imagina un papelito con alimentos apuntados