Para un judío ortodoxo estricto de tiempos de Jesús, la religión, servir a Dios, era cuestión de cumplir miles de reglas y normas legales; consideraban estas ridículas reglas y normas cuestiones literalmente de vida o muerte y destino eterno. Está claro que Jesús no quería decir que ninguna de estas reglas y normas no hubiera de desaparecer; repetidamente las quebrantó Él mismo, y repetidamente las condenó. Eso no era lo que Jesús entendía por la Ley, sino la clase de ley que condenaban tanto Jesús como Pablo.