Habana año cero

la ciencia es un trabajo colectivo: alguien descubre una cosa, luego otro la mejora y otro la mejora y así

con la lógica demostramos, pero con la intuición encontramos.

Pitágoras afirmaba que el principio es la mitad de todo. Siendo así, ya teníamos un buen trecho recorrido.

La situación del país seguía siendo un desastre, pero tampoco me importaba. Ni la falta de comida, ni los apagones, porque yo tenía objetivos concretos.

Es curioso porque, a veces, cuando las cosas parecen más jodidas, de repente hay un pequeño detalle que lo cambia todo. Eso seguramente tiene que ver con la falta de objetivos. No tener objetivos en la vida puede llevar a la destrucción del alma y con un alma destruida no hay cuerpo que resista. Simplemente te mueres, te caes en pedacitos, desapareces. Yo siempre le he tenido miedo a la falta de objetivos.

Nuestro grupo no aspiraba a llegar muy lejos, pero al menos intentaba evitar la muerte de las neuronas en aquel año terrible.

Siempre había sostenido que el conocimiento científico nutría el alma y con el alma nutrida el cerebro funcionaba mejor y el cuerpo envejecía menos. Claro que, en 1993, tuvo que modificar el teorema y entonces sostenía que el conocimiento científico nutría el alma pero el cuerpo se nutría con comida.

Un rato más tarde, después de cargar cubos de agua para llenar los tanques,

La verdad es que aún no podía definir si éramos novios, amantes o qué cosa, porque Ángel era un tipo bien complicado. Yo sospechaba que estábamos apenas en el primer capítulo de una larga historia, pero lo importante era que me sentía feliz.

Las calles de La Habana con viento son una maravilla, tienen un extraño encanto, cierto ángel.