Un beso de Dick

Y es tan raro eso: cómo se le va metiendo a uno el amor así: como a escondidas; despacio: como si fuera a doler.

Claro que yo pienso: ¿de qué me sirve estar vivo si mi vida no es mía?

—Pero ahora no está muy triste.

—Jm. Sí está.

—…

—…

—¿Por qué triste?

—… Porque se va a ir mi amigo.

—…

—…

—…

—Te amo, Felipe.

—Ya sé.

—…

—…

—No se vaya.

—…

—…

—No me deje ir.

—¿Cómo será la belleza de los ciegos?

—¿Jm?… ¿Yo soy bello…, así sin verme?

—No sé. Es que a usted me lo sé de memoria. Todo lo suyo me lo sé.

—¿No me dejaría de querer, Felipe?

—Yo nunca voy a dejar de quererlo. Al menos esta noche.

—… Sí; al menos esta noche nunca me deje de querer.

Dios, yo debería quedarme ciego. Así Leonardo podría echarme su brazo todo el tiempo. Y nadie diría nada.

—Eso siempre funciona. Los familiares pueden sacarlo y meterlo a uno donde quieran.

Ha de ser esa manía de hurgar la intimidad de los otros. Como si algo importante estuviera ocurriendo siempre en la vida de los otros. Y nos lo estuviéramos perdiendo…

—…

—Sobre todo si los otros son unos jovencitos. Entonces ya no se trata de algo de lo que nos estemos perdiendo…; sino de algo de lo que definitivamente nos perdimos…

—Sí le entiendo… ¡Por qué todo el mundo piensa que uno no va a entender nada, tía!

Claro que Leonardo dice que no sería bueno; porque todo el mundo pensaría que es… como una historia de maricas. Y no una historia de amor.