Quizá están hechos de la misma sustancia de los dioses, de la magia que sincroniza los astros y ocasiona la telepatía. Quizá acariciarlos, sentir su calor y sus latidos bajo la humilde palma de la mano, es la única manera que tenemos de rozar la trascendencia. Penetrar en su mirada es iniciar un viaje enigmático ante el que hay que guardar silencio e intentar no pensar. Hacer, mentalmente, una reverencia, ser amables y pacientes, reconocer su grandeza, nuestra pequeñez.
No la grandeza de cada uno de ellos, no del Ujier ni de Perrita Country ni del Pelón tomados como individuos, uno por uno, sino de todos ellos en conjunto como conexión con un todo, con la totalidad del universo.