Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado

Vivía en el campo y no todos los domingos podía ir a la iglesia, de modo que, cuando acudía, gritaba tan fuerte, para compensar las ausencias, que estremecía toda la iglesia

No todos me gustaban —⁠de hecho, ninguno de ellos demasiado⁠—, pero eran personas. A esos otros, los extraños seres pálidos que vivían en su ajeno sinvivir, no se los consideraba personas. Eran blancos.

Además, el tiempo le cundía como si sus días tuvieran más horas que los míos.

un hombre negro independiente, casi un anacronismo en Stamps.

Recuerdo que, cuando me enteré de que así se vendía la indumentaria de los hombres, llamada «traje», pensé que se trataba de una idea muy brillante, pues hacía parecer a los hombres menos masculinos, menos amenazadores y un poco más semejantes a las mujeres.

Parecía que la paz del fin de un día era la garantía de que el pacto de Dios con los niños, los negros y los inválidos seguía en vigor.

Aprendimos la tabla de multiplicar sin entender el grandioso principio a que responde: simplemente porque teníamos la capacidad para ello y no había otra opción.

En la temporada de la recogida del algodón, los atardeceres revelaban la dureza de la vida de los negros en el Sur

estuvimos encerrados en una atracción de feria cuyo vigilante se hubiera marchado para no volver.

cuando el Norte urbano dejaba de cumplir sus promesas económicas.