Los nombres epicenos

Épicène tenía que triunfar en el odio: era inextricable.

alegró quedarse. Épicène sentía una auténtica pasión por su abuelo. Se sabía de memoria páginas y páginas de poemas de Victor Hugo y se los recitaba con voz grave.

–¡Si solo fuera eso! Yo le amaba. ¿Cómo superar haber amado tanto a quien se suponía que también te amaba?
La adolescente reflexionó.
–Siéntete orgullosa de haber amado, mamá. La persona que ama es siempre la más fuerte. La prueba: compara tu salud actual con la de Claude.

El vestidor de Reine era una habitación independiente. Allí reinaba el inimitable desorden de lo chic. Con autoridad, la reina del lugar le ofreció a su invitada una blusa de lino.
–Lo sabía. Le queda perfecto. Quédesela.
–¿No la echará de menos? –protestó Dominique.
–Claro. No querrá que le ofrezca una prenda que no sea importante para mí, ¿verdad?

El amor inspirado por un ser no se mide por el número de personas presentes en su inhumación

El tiempo de la infancia se rige por otras leyes. Su densidad solo puede compararse con su sentido trágico

el enojo es algo valioso, que nos protege de la desesperación

Según el príncipe de Ligne, no existe el mal más allá de la premeditación: identifica esta con la vulgaridad. Según este príncipe, una fechoría cometida en un momento solo es venial.

Lo más terrible no es ser infeliz, es que serlo no tenga ningún sentido.

En el momento de marcharse, la adolescente de quince años pensó que no vería nunca más a su padre. Y se sintió profundamente aliviada por ello.