Hijos míos, también vosotros habéis sido bautizados en espíritu. Obrad, por tanto, no de boca ni de palabra, sino con las obras que inspira a un hombre el saberse hijo del Padre de los Cielos. Más aún: trabajad en esa verdad, aceptando de por vida la voluntad de quien os ha creado y vive en vosotros, como la candela en la lucerna.