La gente se cargaba con cualquier peso, pensó Sandro. No sólo con piedras.
Con una película, con un amor. Con amigos y complicidades. Con un éxito relativo. Todo eso eran muletas dignas, siempre que se pudieran cambiar con la debida facilidad. Y el arte, claro. Ser artista, hacer obras de arte, era algo que tenía mucho que ver con el problema del alma, de perderlo. Era una técnica para estar en el mundo. Para no disolverse en él.