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Knjige
Alejandro Paniagua

Los demonios de la sangre

  • Cecilia Magañaje citiralaпре 8 месеци
    El hombre sentado frente a él prefiere dejar la taza intacta unos minutos para no quemarse.
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    Casio, el hijo no reconocido de don Evaristo, se escalda la lengua con el primer sorbo de café de olla
  • Cecilia Magañaje citiralaпре 8 месеци
    Casio mira, en la mesa de enfrente, a un niño que dibuja con un crayón sobre el mantel. Se levanta porque desea ver mejor lo que hace el pequeño. Se da cuenta de que está trazando un camino nervioso dentro de un laberinto. En la entrada del intrincado sendero hay un pirata caricaturesco. Junto a la salida se halla una equis que marca el lugar donde está escondido su tesoro. Casio piensa que le gustaría ser como ese niño.
  • Cecilia Magañaje citiralaпре 8 месеци
    —Claro, tú no eres de esa forma, tú eres diferente, un hijo ejemplar, ¿verdad?
  • Cecilia Magañaje citiralaпре 8 месеци
    Así son los hijos: nomás piensan en agarrar a golpes a sus padres.
  • Cecilia Magañaje citiralaпре 8 месеци
    No te encabrones. A mí no tienes que demostrarme nada. Ése no es pedo mío. Yo lo decía por otros, no por ti. Mira, canijo, aunque parezca extraño, en mi profesión son pocas las oportunidades que uno tiene de hacer justicia, muy pocas. Contigo lo voy a hacer y eso es algo bueno para los dos. Disfruto que trabajemos juntos procurándote lo que te pertenece, de veras.
  • Cecilia Magañaje citiralaпре 8 месеци
    Yo no dije que quisiera golpearlo. Yo no quiero hacerle ningún daño.
  • Cecilia Magañaje citiralaпре 8 месеци
    Sí, mi mamá me lo dijo. Además nos parecemos mucho. Si alguien le diera de golpes en la cara, con los cachetes hinchados y la nariz desviada seríamos la misma persona.
  • Cecilia Magañaje citiralaпре 8 месеци
    Pero bueno, hay que regresar a lo que nos ocupa. Voy a necesitar el dinero en efectivo. La mayor parte será para que se agilicen los trámites, y aquello se hace así, con los billetes en la mano.
  • Cecilia Magañaje citiralaпре 8 месеци
    El licenciado tiene cincuenta años, mide casi dos metros, posee un desaliño que luce deliberado y lleva las canas pintadas de negro. Usa un traje gris Armani con camisa y corbata amarillas, ambas adquiridas en el Walmart; lleva zapatos Gucci, de punta, con calcetines de Suburbia comprados en paquetes de diez; usa un viejo pañuelo bordado por su hija; trae puestas unas mancuernillas de oro con las que un cliente le pagó por un asunto jamás concluido, jamás siquiera comenzado.
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