Curiosamente, a menudo se percibe la bisexualidad no como lugar o espacio en sí mismo, sino precisamente como línea divisoria entre la heterosexualidad y la homosexualidad. En un mapa, una línea divisoria no es un terreno como tal. Solo los espacios que la línea delimita tienen nombre, y lo tienen precisamente porque la línea los contiene y define. La línea no tiene nombre, ni historia, ni cultura, ni habitantes, porque su función es definir dónde empieza y dónde acaba el nombre, la historia, la cultura y las habitantes ajenas. Así, al ver la bisexualidad como línea divisoria, esta se ve despojada de su condición de orientación, de ser una experiencia en sí misma, única y distinta, y la delegamos a un sostén fronterizo de la propia identidad, ya sea heterosexual u homosexual.