Atravesar una metamorfosis significa poder decir «yo» en el cuerpo del otro. Todo ser metamórfico, todo ser nacido, está compuesto y habitado por esa alteridad que jamás podrá borrarse. Aun cuando construimos algo muy alejado de aquello de lo cual hemos partido —lo que llamamos «herencia»—, lo otro permanece en nosotros. El concepto de herencia expresa a la perfección este aspecto: lo que hay en nosotros de más íntimo y más profundo, nuestra identidad genética, proviene de otro, fue preparada por otro. Nuestra forma jamás se dejará conjugar por el verbo ser, pues solo define una posesión: algo que tenemos, un habitus.