fue, aun entre los más osados, similar al que en ocasiones se apodera de la mente en sueños —cuando uno se siente a sí mismo durmiendo solo, ajeno totalmente a cualquier llamado telefónico o voces de amigos, puertas abiertas que deberían estar cerradas, o puertas sin seguro que deberían tenerlo triple, las propias paredes desaparecidas, barreras tragadas por desconocidos abismos, nada alrededor de uno más que débiles cortinas, y un mundo de noche ilimitada, murmullos en la distancia, correspondencia intercambiada en la oscuridad, como un profundo llamado, y el propio corazón del soñador el centro desde donde toda esa red de inimaginable caos fluye, debido a lo cual las meras privaciones de silencio y oscuridad se vuelven los poderes más absolutos y espantosos.