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Juan Jacinto Muñoz Rengel

El libro de los pequeños milagros

  • Nicole G. Bolañosje citiralaпре 6 година
    Los cincuenta mejores soldados griegos fueron seleccionados para ocultarse en el caballo. Pero llevan seis horas dentro de la colosal estructura, y las cosas no han ido nada bien. El primero en desaparecer fue Antímaco, así que Odiseo envió dos hombres a buscarlo en la cola o en los sótanos de las patas. Como no regresaron, el comandante ordenó a otra pareja de guerreros que fuese a averiguar qué ocurría. Y así, uno tras otro, todos los valientes soldados han ido desvaneciéndose en la oscuridad de las entrañas de madera. Ahora solo queda Odiseo, que hace un rato ha descubierto una insólita y viscosa cáscara de huevo en una galería; después, el cuerpo sin vida de Áyax el Menor, con un agujero del grosor de un puño atravesándole el pecho; por último, a Menelao, con la cara corroída por algún espeso veneno. Y hace unos segundos, no hay ni que decirlo, ha oído un leve crujido a su espalda.
  • Nicole G. Bolañosje citiralaпре 6 година
    Las tripulaciones de la Pinta, la Niña y la Santa María se encuentran bajo cubierta, bailando y bebiendo, en el momento en el que los cascos de las tres naves impactan contra el enorme iceberg.
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    Eva está sola en la casa del árbol del bien y del mal, cuando la ancianita llama a la puerta y le ofrece la manzana envenenada.
    Adán la encuentra desnuda en el suelo, ya sin pulso. Piensa que la vida sin ella no tiene ningún sentido, y en un arrebato de amor, rabia y miedo, muerde también la manzana.
    Y ahí acaba la Historia.
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    Cierro los ojos, y pienso que estoy solo. Pienso que algún día estaré muerto. Pienso que quizá ya estoy muerto, aquí, ahora, en la negrura de las sábanas. Que estoy muerto y que soy otro, una sombra de quien una vez fui. O incluso que soy otro distinto de ese otro y de ese otro. Pienso en cuántas veces habré sido ya otro. El espectro de un espectro. Entonces, aterrorizado, por un instante me recorre la certeza de que si en este momento enciendo la luz y me miro al espejo no reconoceré la carne que, como una excrecencia, abulta alrededor de mi cráneo.
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    A la policía científica le había costado horrores perfilar la silueta del cadáver. Aquel titán de las altas finanzas era un tipo tan grande que así, derramado en el suelo de su salón, casi no cabía en el encuadre de las fotos. El detective trataba de contener a sus hombres, la información no debía llegar a la prensa ni a la opinión pública: se habían encontrado cientos de huellas humanas en la casa y alrededor del cuerpo. El asesinato de aquel pez gordo lo habían llevado a cabo docenas de individuos distintos. Y ninguna de las huellas dactilares superaba el tamaño de un grano de arroz.
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    Han llamado al telefonillo, y al otro lado alguien me dice:
    –Soy yo.
    Abro la puerta. Y en unos minutos dos hombres entran en mi casa y se sientan conmigo en el salón. No sé quiénes son ni qué hacen aquí. Parecen aburridos, miran las cosas con apatía, silban y hablan de ir a ver a un tipo que vive a unas cuantas manzanas.
    En menos de una hora estamos los tres en su salón. El piso es oscuro, un bajo interior, la decoración escasa y descuidada. Aquí no hay nada que hacer, nada. Siento cómo la angustia crece en mi pecho.
    Decidimos marcharnos. Y cuando en el siguiente portero electrónico alguien pregunta desde el otro lado, me adelanto a los otros y respondo:
    –Soy yo.
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    La joven pareja entró en el hospital, cabizbaja y llorosa, con el bebé entre sus brazos. ¿Es su último progenitor?, preguntó el doctor. Sí, asintió él. Entonces será más difícil. Ella dejó escapar un sollozo, miró a la criatura y le dijo: te echaremos de menos, papá. Luego, con la ayuda del médico, y entre terribles alaridos de dolor, consiguieron introducirle el recién nacido hasta alojarlo en el interior de su vientre.
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    Entre el estrépito y los chirridos de la gran ciudad, un robot pasea de la mano a una pequeña criatura de sangre caliente y piel rosada.
    Como el niño ha sido gestado en el útero artificial de una compleja máquina de fecundación in vitro, fue mantenido por aparatos de alimentación asistida, primero, y por electrodomésticos inteligentes, después, como fue educado por computadoras avanzadas de software interactivo, ha estado rodeado siempre de todo tipo de autómatas y nunca en su vida ha visto a otro ser humano, al robot no le ha supuesto ningún esfuerzo convencerlo acerca de quién es el creador y quién el creado.
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    Estaba mareado y necesitaba un poco de dinero. Entró en un bar, se acercó a la barra, se dio la vuelta y miró al camarero. Puso en su mano unas pequeñas monedas y el camarero le entregó un flamante billete. Entonces él, a cambio, como si lo bombeara directamente de su estómago, comenzó a derramar un líquido dorado por su boca, hasta conseguir que la jarra estuviera rebosante de una cerveza fresca y espumosa. Sin perder un segundo, el camarero se apresuró en reservarla introduciéndola por el grifo del barril, luciendo la mejor de sus sonrisas. Una cerveza, sentenció él al finalizar la operación, y volvió a salir del bar caminando de espaldas, más despejado y con la cartera llena.
  • Nicole G. Bolañosje citiralaпре 6 година
    Fue a morder el pezón, pero en sus encías no había dientes.
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