por mucho que traten de explicarles, de avisarles, de recomendarles que
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y fuerte, a que tuviésemos conciencia de la muerte y nos planteásemos
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caso, y como nunca venían, acabamos por relajarnos, bajamos la guardia, llegamos a creer que esos
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qué es el miedo, el dolor, la tristeza adulta, y desde la distancia, desde nuestro presente adulto, recordamos nuestros temores infantiles con
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pero tampoco a la de los niños de Bel-Air o Beverly Hills: me refiero a la infancia de los que pertenecemos a lo que podría llamarse clase media emocional, una infancia plácida
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tendemos a mitificar la infancia. ¿En serio fue tan fantástica como la
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Solo existe un fracaso: dejar de ser niño» (LS), afirma Cioran, y cabe imaginarlo cariacontecido, algo asustado también, como el niño que se pierde en unos grandes almacenes.
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anuncian por el altavoz que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo», escribe Ramón Gómez de la Serna. La greguería estremece por lo que tiene de inspirada: es que ese niño siempre somos nosotros. Una vez que crecemos