En un contexto histórico signado por la reestructuración capitalista
de comienzos de los años setenta, la contraofensiva política
de la derecha, el desmoronamiento de la Cortina de Hierro y el
colapso del bloque soviético, el marxismo como fuerza cultural
y política -cuya historia no ha sido más que la de sus sucesivas
crisis parciales— encontró a finales del siglo xx la que quizás haya
sido su crisis terminal.La diagnosis que Oscar del Barco ensaya desde la década de los
ochenta encuadra el problema de la crisis del marxismo y de la política en el marco de una derrota epocal de dimensiones planetarias.
Sus sombrías radiografías del espíritu actual de los tiempos
son placas negativas que en su sobreimpresión nos presentan diversas
postales de la desolación, no la derrota de una generación,
ni la de ciertos ideales o valores, sino la derrota como época: “hemos
entrado en una edad negra sin historia”.En este contexto se actualiza en Oscar del Barco cierto núcleo
de afinidades electivas que enlazan el marxismo con la teología,
y también con la ficción científica. La matriz difusa de la dominación
postcapitalista se singulariza como neuropolítica, al presentarse
como “una oscura complejidad que se realimenta y se reprograma en una inabarcable sucesión de puntos simultáneos”,4
tomando control sobre toda posible línea de fuga; un aparato de captura de modalidad viral que opera personificaciones intrasistémicas
de sí mismo,5 “nada escapa al entrecruzamiento de sus flujos dispersos, a sus nudos e insinuaciones”,6 “todo se mueve sobre
el riesgo de su mal”.