La fantasía literaria, por el contrario, está sujeta a la libre elección del libro, el ritmo, la forma imaginaria de los muchos detalles que el autor no determina: ¿de qué color son los ojos de uno?, ¿cómo es la voz de otra?, ¿cuánta luz hay en el cuarto donde se acuestan? Siempre podemos cerrar el libro, abandonarlo, releerlo, dosificarlo. Con el sueño nunca es así.