El otro Einstein (Spanish Edition)

No sabía qué decir; su frase me había impactado. Una cosa era presentarle la teoría de la relatividad al mundo como si fuera suya, pero era otra totalmente distinta pretender frente a mí que él era el creador.

Bueno, bueno. Eso explica por qué escuché a su esposo decir «mi esposa es indispensable para muchas cosas, incluido mi trabajo. Ella es la matemática en nuestra familia».

Mis ojos, estaban borrosos de contemplar los cálculos minúsculos. Alisé la primera página del artículo: «Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento». Nuestros nombres —Albert Einstein y Mileva Marić Einstein—

Cuando el coche paró en Kać, vi cruces rojas pintadas en casi cada puerta del pueblo. El símbolo de que la escarlatina estaba ahí. Nunca había visto tantas cruces rojas en ninguna de las epidemias de escarlatina que había vivido antes. No era una sorpresa que Lieserl la hubiera contraído. Me sentí enferma sólo de pensarlo e instintivamente puse las manos sobre mi estómago. ¿Cómo podría proteger a este nuevo bebé de la infección si yo la contraía?
—¿Está tan mal? —le pregunté a papá.
—Es el peor brote que he visto —respondió—, con los peores síntomas.

Albert y yo regresábamos a nuestra pasión compartida originalmente y a mi búsqueda secreta —descubrir el lenguaje secreto de Dios que se escondía en las matemáticas y las ciencias—, era entonces cuando investigábamos la naturaleza de la luz, la existencia de los átomos, y sobre todo, la noción de relatividad.

Pues bien, en mi solicitud para el trabajo, hace seis meses, afirmé que no era casado. Si llego a Berna con una esposa y un bebé, sabrán que el bebé fue ilegítimo,

—¿Te importaría si pongo mi nombre como el único autor? Espero que si el profesor Weber lo lee y queda impresionado, me ofrezca un puesto permanente de trabajo.
No respondí. La idea de ser excluida de mi propio artículo me molestaba; habíamos trabajado en él como iguales.

Las mujeres científicas no tienen segundas oportunidades.

profesor Weber se levantó con arrogancia frente a la clase, deleitándose con nuestra ignorancia. La razón de por qué un maestro tenía tanta alegría de las fallas de sus estudiantes para mí es algo incomprensible y perturbador.

Espero que ninguna fuerza externa cambie nunca tu velocidad.