El pontificado de Benedicto XVI

El pontificado benedictino es de emergencia, es decir, facilita el surgimiento sin edulcorantes de las tensiones entre Iglesia y modernidad, como también de las diversas corrientes internas del catolicismo, entre un catolicismo papal anclado en el magisterio y los catolicismos «de cada uno», con tantos matices en el medio.

La razón necesita de la fe para llegar a ser totalmente ella misma: razón y fe se necesitan mutuamente para realizar su verdadera naturaleza y su misión»

La laicidad no sería tanto la neutralidad del Estado hacia las convicciones religiosas, como la condición de expresión de las diferentes religiones de cara a una contribución propositiva (ética)

«Es legítima una sana laicidad del Estado en virtud de la cual las realidades temporales se rigen según sus normas propias, sin excluir sin embargo aquellas referencias éticas que encuentran su fundamento último en la religión»

Si el Papado entre los siglos XIX y XX se ha hecho cargo de las cuestiones sociales, entre los siglos XX y XXI afronta otro desafío: la cuestión antropológica, es decir, la problemática vinculada a la identidad del hombre y su papel en la sociedad.

Los criterios de unidad pasan esencialmente por dos aspectos: el reconocimiento del primado papal y la adhesión al Catecismo de la Iglesia católica de 1992, que puede entenderse como cristalización de la recepción del Concilio Vaticano II.

las incomprensiones entre católicos y ortodoxos en general no son solo de naturaleza teológica, y eminentemente eclesiológica, sino de naturaleza histórica, es decir, política

unidad programática en las cuestiones políticas vinculadas al ámbito antropológico, y por lo tanto ético.

los esfuerzos del catolicismo y la Ortodoxia deben estar dirigidos a la conservación de valores morales en todo el mundo, a la tutela de los derechos civiles y las libertades, para resistir a la guerra y al terrorismo, y para proteger el medio ambiente de la contaminación [619].

en lo que respecta al primado pontificio, por ejemplo, Roma no debe exigir al Oriente más de cuanto ha sido formulado en el primer milenio