Tríada

Se llamaba Sheziss —le dijo Jack, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Era…

—No lo digas —cortó Christian, con esfuerzo—. Sé lo que vas a decir… pero no lo digas. Ahora no.

Alae se pasaba las horas muertas, mirando por la ventana, soñando con el dragón de la profecía, que vendría a rescatarnos. —Clavó en él sus ojos cansados—. Pero el dragón nunca vino. Igual que no ha venido hoy en la batalla, ¿verdad?

Se fijó en el bastón de Shail, recordó que su amigo había perdido una pierna, que Jack había perdido la vida, que el mismo había perdido parte de su humanidad.

Por qué no se me había ocurrido a mí antes? —murmuró Shail, perplejo.

Alexander no pudo evitar sonreír.

—Porque estás enamorado. Y desde que estás enamorado tienes la cabeza llena de pájaros.

—Todo dejó de tener sentido para mí la primera vez que miré a Victoria a los ojos —dijo en voz baja—.

«Si ya no puedo entregar la magia, si sólo puedo proporcionar sufrimiento… ¿qué me queda? —se preguntó—. ¿Qué sentido tiene mi vida?».

No hay suficientes lágrimas, no existen palabras ni gestos que puedan reflejar todo lo que ella siente.

Dime, Shail, ¿acaso se puede vivir con medio corazón?

Tanta tristeza, tanta destrucción… y yo pretendía silenciar lo único hermoso que queda en mí.

—No tengo nada que ofrecerte