Ya viejo, Kant leyó con enorme interés un libro que divulgaba «el arte de prolongar la vida humana», escrito por Christoph Wilhelm Hufeland y titulado Makrobiotik. Kant pasó toda su vida obsesionado por la salud y por las funciones de su cuerpo; deseaba intensamente vivir muchos años y retardar lo más posible su inmersión en la eternidad. El libro de Hufeland menospreciaba la teoría humoral y la mecánica nerviosa para, en cambio, resaltar los principios vitalistas. Kant seguramente se reconoció en los síntomas de la melancolía descritos en Makrobiotik, propios de hombres tenaces de carácter profundo, con emociones fuertes que no se externalizan y una baja excitabilidad que provoca que los estímulos más fuertes no penetren fácilmente, si bien una vez que dejan su impresión ésta es difícil de borrar o revertir; son personas de intensa vida interior,
tristes y poco susceptibles a la alegría y la convivencia, amantes del silencio, la autocontemplación y la soledad. En cuanto terminó de leer el libro, Kant le escribió a Hufeland para alabarlo y explicarle que él mismo, por tener el pecho hundido y estrecho, siempre había sufrido una predisposición natural a la hipocondriasis. Kant le confesaba que esta predisposición le provocó, en sus años mozos, un disgusto por la vida, que logró superar al considerar que las causas podrían ser solamente mecánicas: «aunque sentía mi pecho pesado y lleno, no obstante mi cabeza estaba clara y alegre, y esta alegría no dejaba de comunicarse en sociedad, no con arranques y sobresaltos, como es usual en las personas hipocondríacas, sino en forma natural e intencional».