Hola, Isla». Se me parte el corazón al escuchar su voz cansada. Intenta alzarla para hacerse oír por encima de un confuso alboroto de gritos, timbres de teléfono y chasquidos. «Es… eh… jueves. Supongo que ya es de noche en París, ¿no? Te llamo desde la mesa de un voluntario en la sede electoral. Es la primera vez que me dejan solo cerca de un teléfono. Esto es un asco, pero… Qué más da. Nada de eso importa. Te echo de menos. Intentaré volver a llamarte en cuanto pueda». Hace una pausa. «Espero que estés bien. Bueno, adiós. Te quiero»