Cleopatra

Les insto a releer El rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra en este orden, si pueden en tres o cuatro días seguidos. Será un viaje del Infierno al Purgatorio.

El comportamiento romano ha de ser despiadado. Mide a hombres

mi placer está en Oriente.
El lenguaje de Antonio vacila y tropieza. Está desconcertado, aunque convencido de que su espíritu guardián mengua en contienda con Octavio. No podemos concebir que Cleopatra pudiera temer nunca el poder de otra mujer

moral, como siempre, pero, ¿qué público no preferiría las proteicas estrategias de ingenio político y erótico de Cleopatra?

Cleopatra
En el verdor de mis años,
cuando mi juicio era tierno y fría mi sangre;
entonces cantaba así. ¡Venga, vamos,
tráeme papel y tinta!
Le enviaré cada día un mensajero,
aunque se despueble Egipto.

ella los anclaba y se moría
de contemplar su vida.
Su anhelo sexual la identifica

Olvido» es aquí una palabra rica, ya que su momentánea confusión es primaria y apasionada. Sus dotes interpretativas abandonan a esta reina, y la enamorada que teme tal pérdida ya apenas parece la Cleopatra de Egipto. Se olvida y la inunda la inquietud de que él pueda olvidarla. Domina una estasis atípica cuando Shakespeare pasa al gran mundo en discordia.
Tras un interludio en el que Octavio César critica las orgías de Antonio en Alejandría, al futuro Augusto le alarma la amenaza de Pompeyo el Joven y sus piratas. En su repentina necesidad del liderazgo de Antonio y sus tropas, el político Octavio suplica al hercúleo héroe que retorne a sí mismo. Llevamos esto lo mejor que podemos, ya que es difícil disfrutar con este burócrata.
La vida vuelve a fluir cuando la desolada Cleopatra imagina el estado actual de su amor ausente:
¡Ah, Carmia! ¿Dónde crees que está él ahora?
¿De pie, sentado? ¿Andando? ¿A caballo?
¡Feliz su caballo, que lleva el peso de Antonio!
Cabalga bien, caballo, pues, ¿sabes a quién llevas?
¡Al semiatlas del mundo, al brazo
y yelmo de los hombres!
(acto 1, escena 5)
«Cabalgar» tiene una connotación sexual. Antonio sostiene la mitad del mundo y es el brazo y el yelmo de acero de la humanidad. La métrica avanza eróticamente, las preguntas y exclamaciones crean un ritmo de anhelo exultante. En esta carrera reflexionamos sobre Cleopatra, toda ella, y vemos que es ilimitada. Como Falstaff y Hamlet, y al igual que Shakespeare, su espaciosidad es infinita.

Olvido» es aquí una palabra rica, ya que su momentánea confusión es primaria y apasionada. Sus dotes interpretativas abandonan a esta reina, y la enamorada que teme tal pérdida ya apenas parece la Cleopatra de Egipto. Se olvida y la inunda la inquietud de que él pueda olvidarla. Domina una estasis atípica cuando Shakespeare pasa al gran mundo en discordia

En una obra de infinitas maravillas, este momento destaca por su transición de la teatralidad de Cleopatra a la impresión demasiado humana que le causa lo que amenaza su alegría. Su «cómo este hercúleo romano / hace su colérico papel» invoca, para disgusto suyo, la idea de devenir. Por una vez le falla el ingenio y busca lo que no encuentra. En su desconcierto hay un mundo de música cognitiva:

El implícito homenaje fálico se ve acompañado del merecido orgullo de Cleopatra o Egipto por su indudable coraje. Lo que la silencia es la promesa de Antonio, singularizada por el tropo en el que asume el papel de Osiris, cuyo padre era el sol: «Por el fuego / que da vida al lodo del Nilo, que parto / cual soldado y siervo tuyo» (acto 1, escena 3). Cleopatra, supuestamente desfalleciente, no puede dejar de provocar