Auliya percibió en el té un sabor diferente, más rico, más complejo. Sintió en la lengua la vida de la hierbabuena, de su savia dulce y fresca; el sabor del agua, distinto por su contacto con el fuego; en la miel, la laboriosidad de las abejas. El mundo le hablaba en varios idiomas: con los sabores, el peso y volumen de las cosas, su olor. Ella escuchaba.