Platicamos media hora más. De sueños, futuros promisorios, revanchas del presente, armisticios que nos debía la chingada vida. Los de Val seguían siendo los mismos de cuando niña. Fama, fortuna. La casota, el carrazo, la belleza. Los míos se parecían cada vez más a una capitulación, a conformarse con que las cosas no se jodieran sin remedio. Mudarme a Monterrey, entrar a trabajar a alguna empresa grande, ir mucho al teatro; con los años, terminar viviendo en Eagle Pass, ser un colado en el paraíso.