—Dios mío, Nils —dice más tarde el pastor; sus ojos saltones acusan perplejidad—. Si al menos hubiera sido por mandato divino, como hizo Abraham cumpliendo un precepto, o por el cordero, ¿pero por una cabra alemana? ¿Por qué te portas como un salvaje? Has de ser manso. ¿O crees que Carlomagno combatió por gusto a los bárbaros gentiles? —el pastor adopta una cara piadosa frunciendo levemente los labios y meditando un poco sobre Carlomagno antes de untar su gofre con compota de frambuesa, que se le escurre por todos lados.