Fue un buen emperador. No les diré que fue perfecto porque no lo fue; no, mis buenos amigos, ningún hombre es perfecto y un emperador lo es menos que cualquiera porque tiene en sus manos el poder, y el poder es dañino como un animal no del todo domesticado, es peligroso como un ácido, es dulce y mortal como miel envenenada. Pero sí les digo que fue un buen emperador. Sabía, por ejemplo, de qué lado de la moneda estaba el bien y de qué lado el mal, y eso ya es mucho saber. Sólo que él a veces tenía que optar por el mal porque el nacimiento de un Imperio es algo que escapa a los pensamientos, los sentimientos y las acciones de un solo hombre.