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Katherine Mansfield

Cuentos completos

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  • Ivana Melgozaje citiralaпрошле године
    También eran tristes las lámparas en las casas de enfrente. Quemaban débilmente como si echaran algo de menos.
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    He de procurar escribir con sencillez, con naturalidad, con corazón. Serenamente, sin preocuparme del éxito o del fracaso; siguiendo adelante… sin más.
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    y ahí está el trabajo esperándome, los cuentos que se aburren, se marchitan, se desvanecen porque yo no quiero ir hacia ellos. Cuando llaman por primera vez a mi puerta, qué viveza, qué frescor tienen. Pero yo los escucho, les doy la bienvenida y sigo sentada junto a la ventana jugando con el ovillo de la lana. ¿Qué se debe hacer?
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    No me siento capaz de entregarme al género de contemplación que es preciso. No me siento pura de corazón, ni humilde, ni buena. Ha habido una remoción de los sentimientos. Miro las montañas y no veo sino montañas. Y ¡sé franca!; leo necedades. ¿He perdido el dominio de mí misma? Sí, esta es la mejor forma de decirlo. Estoy dispersa, me siento indecisa, no soy tenaz, y sobre todo, por encima de todo, no trabajo como debiera trabajar; estoy perdiendo el tiempo.
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    Lo que creo que necesita de modo muy especial es una variación de tiempos muy sutil del presente al pasado y viceversa. Y ternura, ligereza; la sensación de que todo está en capullo, con un juego de humor en torno al carácter de Roddie. La impresión que experimenté en los baños de Thorndon: humedad, neblinosidad, légamos. Sí, ya sé cómo hay que hacerlo.
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    En estos últimos días lo que uno echa de menos ver más que nada es el azul. El cielo azul, las montañas azules; todo es celestialmente azulado. Y nubes de todas clases: plumones, nubes suaves y blanquecinas, doradas islitas casi sólidas; grandes y falsas montañas, en cuyas faldas el oro se torna más intenso. De hecho, como simple hecho, resulta algo perfecto. Pero el anochecer es el momento de los momentos. Entonces, ante aquella extraterrena hermosura, es fácil darse cuenta de cuán lejos hay que llegar. Escribir algo que fuese digno de esa luna que se levanta, de su pálido resplandor. Ser lo suficientemente sencillo: tan sencillo como uno debe serlo ante Dios.
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    No soy transparente como el cristal. Además, y sobre todo, me falta ánimo para trabajar. Y no es justo. Tengo tanto que hacer y hago tan poco. No hay sino ver los cuentos que esperan y esperan en el umbral. ¿Por qué no dejarlos entrar? Y su lugar sería ocupado por otros que están al acecho tras ellos, aguardando una oportunidad.

    Al día siguiente. Sin embargo, aquí tenemos, por ejemplo, esta mañana. No tengo ganas de escribir nada. Resulta pesado, tedioso, necio. Los cuentos me parecen irreales, creo que no valen la pena. ¿No quiero escribir? Quiero vivir. ¿Qué es lo que quiero decir con esto? No es cosa fácil de explicar. Mas así es.

    21 de agosto. Todo esto que yo escribo, todo esto que yo soy, está como quien dice a la orilla del mar. Es una especie de juego en el que quisiera poner todas mis energías; pero en cierto modo no puedo hacerlo.
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    Tiene las apariencias y el olor de un cuento, pero no sería yo quien lo comprara. No siento la necesidad de poseerlo, de vivir con él.
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    El primer día del año de 1922 dice en su Diario:

    Esta tarde estuve escribiendo «El nido de la paloma». No me encontraba con humor de escribir; me parecía imposible poder hacerlo. Sin embargo, cuando hube concluido tres páginas vi que resultaban muy bien. Esto es una prueba (a la que no hay que someterse con demasiada frecuencia) de que, cuando uno ha planeado bien un cuento, ya solo queda el esfuerzo material de escribirlo.
  • Ivana Melgozaje citiralaпре 4 месеца
    El 27 de octubre de 1921, poco después de haber terminado y remitido al editor los cuentos que forman Fiesta en el jardín, trazó en su diario el siguiente plan para un nuevo libro. (Las iniciales L. y N. Z. indican que los cuentos iban a tener por escenario Londres o Nueva Zelanda.)

    CUENTOS PARA MI NUEVO LIBRO

    N. Z.

    Sinceridad. El médico, Arnald Cullen, con Lidia, su esposa, y Archie, el amigo.

    L.

    Segundo violín. Alexander y su amigo en el tren. Primavera… Lilas mojadas… Chaparrones.

    N. Z.

    Seis años después. Mujer y marido a bordo de un vapor. Ven a alguien que lo recuerda. Los botones glaciales.

    L.

    Vidas como troncos a la deriva. Ha de ser un cuento largo y muy bien escrito. Los hombres tienen importancia, sobre todo el menos hombre de todos. Requiere un buen trabajo… Oficina de un periódico.

    N. Z.

    Corazón débil. Roddie en «bici» de noche, con las manos en los bosillos, haciendo prodigios junto al sombrío árbol de la esquina de May Street.

    L.

    Viuda. Geraldine y Jimmie, una casa que da a la calle y plaza de Sloane. Llevando aquellos capullos en el seno. «Casada o no casada»… Del otoño a la primavera.

    N. Z.

    Nuestra Maude. Marido y mujer tocan a dúo: ¡Y una, dos, tres, una, dos, tres! Los blancos chalecos de él. ¡Wifeling y Mahub! ¡Ah, qué gran muchacha eres!

    N. Z.

    En Karori. El quinqué diminuto. Lo he visto. Y luego se quedan calladas.

    N. Z.

    Tía Anne. Su vida con la obertura de Tannhäuser.
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