cuando alguien amado (humano, montaña, perro, árbol, pájaro, culebra, gato, glaciar) muere o desparece, el dolor llega al paisaje interno y ocupa ese vacío que quedó, y se va regando por sus formas intangibles hasta que deja untados a todos los reflejos con los que esa ausencia está conectada. Entonces, por ejemplo, en mi paisaje interno existe un reflejo de los glaciares tropicales que amo y que están desapareciendo. Cuando ya no estén más, el dolor va a llenar el espacio que antes ocupaban los glaciares y se va a ir regando por las montañas que los sostenía, y se va a mezclar con la neblina y con las lagunas, y se va a meter entre las plumas de los pájaros y entre los pelos de las hojas de los frailejones, y así hasta que todo en mi paisaje interno esté untado de dolor. Y luego el dolor mismo va a darle nuevas formas y nuevos brillos a ese paisaje.