Una mujer

«era una mujer que encendía todo a su paso», y evocar en desorden escenas en las que aparece

Mi proyecto es de naturaleza literaria, puesto que se trata de encontrar una verdad sobre mi madre que solo puede alcanzarse mediante palabras. (Es decir que ni las fotos, ni mis recuerdos, ni los testimonios de mi familia pueden procurarme esa verdad.)

Querría aprehender también a la mujer que existió fuera de mí, la mujer real, nacida en un barrio rural de una ciudad pequeña de Normandía, y muerta en el servicio de geriatría de un hospital de la región parisina.

Para todos, era mejor que se hubiera muerto. Es una frase, una certeza, que no entiendo. Volví a la región parisina esa misma noche. Se terminó todo, esta vez de verdad.

En el registro civil, una mujer me preguntó a qué venía.

—Mi madre ha fallecido esta mañana.

. El sepulturero esperaba a unos metros, con la pala. Llevaba un mono de trabajo, una boina y unas botas y tenía la tez violácea. Me entraron ganas de ir a hablarle y darle cien francos pensando que seguramente iría a bebérselos. No me importaba, al contrario, era el último hombre que se ocuparía de mi madre cubriéndola de tierra toda la tarde, quería que disfrutara haciéndolo.

enfermero dijo por teléfono: «Su madre se ha apagado esta mañana, después de desayunar». Eran más o menos las diez.
Por primera vez la puerta de su habitación estaba cerrada.

Me habría gustado que durara siempre, que siguieran haciendo cosas para mi madre, gestos, cánticos.

Es ella, con sus palabras, sus manos, sus gestos, su manera de reír y de caminar, la que unía a la mujer que soy con la niña que fui. Perdí el último nexo con el mundo del que salí.

Murió ocho días antes que Simone de Beauvoir.

Le gustaba dar a todo el mundo, más que recibir. ¿Acaso escribir es una forma de dar?