La noche en la zona M

El presente embellece al pasado: borra sus defectos.

Está mal querer saberlo? ¿Querer saber por qué vivimos aquí, en este lugar que no es nuestra casa? ¿O por qué no tenemos casa?

Entendí que estaba atrapada: que todo lo que había esperado o deseado hasta aquel momento ya no tenía sentido. Que el mundo se había caído no sólo en general, como se había estado cayendo durante mucho tiempo, sino también para mí. Que nunca iba a ser igual y nunca iba a ser mejor. Pero entender eso me dio ganas de vivir: de hacer lo que fuera necesario para seguir viva, y no nada más viva con el cuerpo.

porque veo sus manos—. ¿Eso es sangre

—La hipótesis de este libro es que el plan sería mandar a
zonas como ésta no las máquinas en sí, los que serían los troceados, sino fábricas de troceados: máquinas dedicadas a hacer robots de éstos, usando sobre todo bioplástico

—Lo que trato de decir es que, según creo ahora, los troceados son eso. Aparatos para hacer que estas zonas del mundo acaben de quedar vacías, enviados desde quién sabe dónde. Antes del Día Cero ya había máquinas parecidas

Pero es eso. No un fantasma, no un demonio, sino una máquina. Una máquina para asustar y para matar.

Desde niña me imagino que las ventanas son como ojos. Ojos de muertos: los que ha habido en todas partes, y que se quedan en donde murieron. Mejor que los tapen la lluvia y la oscuridad.

—Para que no se olvide —contestó Celeste—. Para cuando pueda volver a usarse. Para ver si con el tiempo encontramos mejores modos de sobrevivir

Una costumbre de hace siglos: los intercambios de gente.