El libro de los esnobs del duque de Bedford

No es bueno contraer enfermedad de clase alguna, ni padecerla ni, quizá, morir por su causa al final. Algo así no le hace ningún bien a la reputación de nadie; pero sí que puede dañarla.

La homosexualidad no es ninguna ventaja. Es más, de ser algo, es una desventaja desde luego. Si un hombre es un artista, un bailarín o un fotógrafo consumado por mérito propio, es posible —y probable— que se le perdone su homo‍

Nuestros valores sociales también difieren de los del Continente o de los de Estados Unidos. Un affaire con una estrella de cine o con una actriz jamás aportaría el valor social que pueda devengar un conde, un millonario o incluso un

no se comprometa. Ser el amante de una celebridad femenina está bien —siempre y cuando nadie lo sepa; pero a resultas de esto, no hay forma posible de que pueda ayudarle en la escalada—.

Si es usted aspirante a esnob, mantenga en secreto sus affaires y

Todo comenzó en tiempos de los carruajes y los caballos, cuando la distancia importaba de verdad y relegaba al aislamiento a la población rural. Esta tenía que congregarse en Londres para intercambiar información y exhibir a sus hijas.

Las palabras bonitas pero vacuas no solucionan nada.

Es una palabra de abolengo y yo no creo en los falsos eufemismos. Un basurero es un basurero y nadie conseguirá cambiar su posición en el mundo o elevar su renta por llamarle oficial de recogida de desperdicios.

Francia es otro mundo. El esnobismo francés posee un tono mucho menos vulgar que el nuestro. Ellos hacen estas cosas mucho mejor. En Francia sigue siendo de mala educación pavonearse, por sutilmente que sea, y al tipo que va despilfarrando el dinero por ahí no se le admira, se le desprecia. En Francia es preciso tener una educación mucho más exquisita, lo que es duro y doloroso. El dinero no puede suplir la educación como ocurre en nuestro caso. En consecuencia, los intelectuales están mucho mejor valorados, también, y el intelec‍

intelectual con aspiraciones a esnob lo tiene mucho más fácil. La mayoría de las grandes anfitrionas cuentan con un puñado de intelectuales, artistas y algún que otro filósofo en su ménage. En nuestro país no importan lo más mínimo. Aquí, la educación no solo se considera superflua sino sospechosa. Un inglés, pertenezca a la clase social que pertenezca, está tan orgulloso de su estupidez como lo está un francés de su educación.